jueves, 29 de julio de 2010
5
5 de la mañana, una sombra felina me mira mientras duermo, el frío de la madrugada se mete bajo la puerta para sentarse a un lado de mi cama.
Despertando entre sabores verdes y anaranjados, en el alba donde seguramente ya debes tener el pescuezo congelado, los pulmones inflados a bocanadas de aire mañanero y una que otra cosa que pensar para el resto del día en la jornada del trabajo.
Es inevitable pensar, pensarlo.
No podía dormir más, pero solté una risa muda para no despertar a nadie, pensando en que también deberías estar despertando en ese mismo momento a unos cuantos kilómetros míos de distancia de casa a casa... Ojalá estuviera ahí, para entibiar tus mañanas, recibir tus tardes y cobijarte en las noches.
Los inconvenientes, el congelamiento, el calor arrasador, las lenguas rastreras y las malditas dudas no son nada si tu presencia intacta está allí, los jueces, las miradas, los cortes y el insomnio se hace poco. El vacío, las ansias, el cansancio y el demoledor de huesos es nulo.
Gracias. Como siempre.
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