ante el inigualable cansancio que soportaba mi espalda en una mochila invisible que ni yo podía liberar.
Mis ojos deprimidos tenían la gracia de aquel brillo anaranjado del astro sobre los cielos, que invitaban a algo mucho mas que una vuelta congelada a casa a eso de las 2 y algo de la madrugada... No importaba mucho, ni la vista borrosa, ni el agua que congelaba aún mas el aire, ni el adormecimiento de mis extremidades, todo suplía el agotamiento con el toque de tus dedos, con el calor de mi mano rozando la tuya, en un juego de quien la toma primero.
La calle se hizo eterna, mas la noche no, donde el tiempo nos pisaba los talones y cansados queríamos seguir.
Es que... simplemente no sé lo que me pasa cuando estoy contigo, aún con la mochila pesada, el grafito entre los dedos y las sobredosis de café saben mejor cuando estas ahí presente, la casa me huele a mas hogar y menos oficina, la comida mas rica y es que cuando te veo sonreir no hay llueva que congele mis huesos ni que cenizas me estorben la vista.
Amanecia y con eso me llevaba el mejor regalo en mi propio cuerpo, donde ahi escribí mil historias que aun no escribo y mil trazos proximos a nacer.